28 octubre 2008

[PS Pudahuel, N°885] otras causas de la derrota

El fracaso de la Concertación

Álvaro Cuadra*

Los resultados de las elecciones municipales hacen evidente un fracaso de la Concertación. La pérdida de comunas emblemáticas a través del país muestra
los síntomas de un desprestigio y un desgaste de la coalición gobernante mucho mayor de lo que algunos imaginaban. La Alianza por Chile, con más astucia
que virtudes, ha sabido capitalizar los desaciertos de sus adversarios políticos, fortaleciendo sus posibilidades de desalojar a la Concertación en las
próximas elecciones presidenciales.

Si bien se hace necesario relativizar los resultados, en cuanto las elecciones de gobiernos locales están marcadas por factores que exceden los lineamientos
políticos estrictos, no es menos cierto que estas cifras están indicando un rechazo a lo que ha sido el desempeño concertacionista estos últimos años.
Si durante años, un conglomerado de gobierno exhibe sin pudor un espectáculo que muestra lo peor de sí ante los medios de comunicación, interesados en
mostrarlo, lo que ocurre es que día a día se instila en la sociedad un sentimiento de molestia y frustración que se expresa a la primera oportunidad. Eso
es exactamente lo que ha ocurrido.

Las causas de este fracaso son variadas y complejas. Basta revisar los temas más candentes de los últimos años para concluir que la Concertación, desde
hace mucho, no ha estado a la altura. La tónica de estos últimos años parece resumirse en la fiasco del Transantiago, caso emblemático de ineficiencia,
corrupción e ineptitud, un espíritu que recorre todos los rincones del país y se despliega en los más diversos ámbitos como delincuencia, tercera edad,
salud o educación.

Si a este percepción se agregan las propias disputas en la coalición de gobierno, marcada por personalismos y bochornosos debates cupulares que han hecho
de la política una cuestión de "mafias", el resultado no podría ser sino una pérdida acelerada y significativa de apoyo. Si ya la política no resulta especialmente
atractiva, en virtud de una clase política cerrada, sorda a las demandas y, en el límite, frívola, corrupta y mediocre, la política concertacionista  parece
resumir todos estos defectos.

Por último, es necesario consignar la profunda irresponsabilidad política de la Concertación, que ha dejado los medios de comunicación al arbitrio del mercado,
eufemismo que significa dejarlos en manos de monopolios ligados a intereses políticos bien definidos. Han sido los sectores de derechas los que han instalado
la agenda política del país desde hace años, nada tiene pues de extraño que esta torpeza mayúscula de los gobiernos concertacionistas se ha traducido en
una "derechización" del país.

Cuando un conglomerado como la Concertación, que fue depositaria de la esperanza democrática de una amplia mayoría de los chilenos llega al punto de perder
su identidad, asimilándose en lo económico y en lo político a sus adversarios, entrando en una espiral demagógica carente de la más mínima ética cívica,
defrauda los sueños y expectativas de sus propios adherentes.

Cuando un conglomerado como la Concertación de Partidos por la Democracia no ha sido capaz de cambiar radicalmente una Constitución antidemocrática, es
hora de admitir que ha perdido su razón de ser. El verdadero fracaso de la Concertación estriba en que su derrota electoral a nivel municipal o presidencial
ha dejado de ser relevante o significativa para el destino histórico de Chile.

* Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados ELAP.
En: Arena Pública, Plataforma de Opinión de Universidad ARCIS.

el género humano no es capaz de soportar demasiada realidad - Jung Carl
Despacito... por las piedras
Volviendo a la vaca fría

Aprendemos de las lecciones de la vida que de poco nos puede servir una democracia política, por más equilibrada que parezca presentarse en sus estructuras
internas y en su funcionamiento institucional, si no está  constituida de raíz por una efectiva y concreta democracia económica y por una no menos concreta
y efectiva democracia cultural.

Decirlo en los días de hoy parecerá un exhausto lugar común de ciertas inquietudes ideológicas del pasado, pero sería cerrar los ojos a la simple verdad
histórica no reconocer que esa trinidad democrática – política, económica, cultural -, cada una complementaria y potenciadora de las otras, representó,
en el tiempo de su esplendor como idea de futuro, una de las más apasionantes banderas cívicas que alguna vez, en la historia reciente, fueron capaces
de despertar consciencias, movilizar voluntades, conmover corazones.

Hoy, despreciadas y tiradas a la basura de las fórmulas que el uso cansó y desnaturalizó, la idea de democracia económica dio lugar a un mercado obscenamente
triunfante, que al final se dio de bruces con una gravísima crisis en su vertiente financiera, mientras que la idea de democracia cultural fue substituida
por una alienante masificación industrial de las culturas.

No progresamos, retrocedemos. Y cada vez se irá haciendo más absurdo hablar de democracia si nos empeñamos en el equívoco de identificarla únicamente con
las expresiones cuantitativas y mecánicas que se llaman partidos, parlamentos y gobiernos, sin atender a su contenido real y a la utilización distorsionada
y abusiva que en la mayoría de los casos se hace del voto que los justifica y los sitúa en el lugar que ocupan.

No se concluya de lo que acabo de decir que estoy contra la existencia de partidos: yo mismo soy miembro de uno. No se piense que aborrezco parlamentos
y diputados: los querría, a unos y otros, mejores en todo, más activos y responsables. Y tampoco se crea que soy el providencial creador de una receta
mágica que permitiría a los pueblos, de ahora en adelante, vivir sin tener que suportar malos gobiernos y perder tiempo con elecciones que pocas veces
resuelven los problemas: me niego a admitir que solo sea posible gobernar y desear ser gobernado de acuerdo con los modelos supuestamente democráticos
en uso, a mi ver, pervertidos e incoherentes, que no siempre con buena fe cierta especie de políticos intentan convertir en universales, con promesas falsas
de desarrollo social que apenas consiguen disimular las egoístas e implacables ambiciones que las mueven.  
Alimentamos los errores en nuestra propia casa, pero nos comportamos como si fuésemos los inventores de una panacea universal capaz de curar todos los males
del cuerpo y del espíritu de los seis mil millones de habitantes del planeta. Diez gotas de nuestra democracia tres veces al día y seréis felices para
siempre jamás. En verdad, el único verdadero pecado mortal es la hipocresía. 
José Saramago
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Escritor portugués, premio Nobel de Literatura

Un saludo y abrazo fraternal desde mi chilito lindo
PatricioFeliz
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